
El cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén presidió, esta tarde, el Rosario por el Papa Francisco en la plaza de la Basílica de Santa María la Mayor, pocas horas antes de los funerales del Pontífice, que se celebrarán el sábado a las 10.00 en San Pedro. “Pedimos a Salus Popoli Romani que nos ayude a levantar el corazón”.
Roberto Paglialonga – Ciudad del Vaticano
La mirada se dirigió a la Salus Popoli Romani, el corazón suspendido en el recuerdo conmovedor del Papa Francisco. Los fieles llegados de todo el mundo para dar el último adiós al Pontífice, cuyo funeral se celebrará el sábado a partir de las 10 de la mañana en San Pedro, llenan el cementerio frente a la Basílica de Santa María la Mayor. En sus manos llevan los rosarios, que recitan al unísono, guiados por el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, acaba de llegar a Roma para participar en el cónclave que se abrirá en unos días.
El icono “símbolo” del pontificado
Esta es la cuarta tarde consecutiva que el pueblo de Dios se reúne aquí para conmemorar al Papa, que regresó a la Casa del Padre el pasado 21 de abril, Lunes de Pascua. Y el icono bizantino de la Virgen, tradicionalmente atribuido a San Lucas, y que se ha convertido en el guardián simbólico del pontificado bergogliano, vela ahora sobre los orantes mientras espera poder acoger y acompañar a su eterno descanso el cuerpo del Papa, que pidió ser enterrado en la basílica liberiana. Y que había estado en esta iglesia, tan querida por los romanos, algunos días antes de morir.
Pizzaballa: “Confiemos en el Señor y en su palabra”
Ante el misterio del paso de la peregrinación terrena a la vida eterna, corren el riesgo de apoderarse de nosotros la confusión y la desesperación, como sucedió a los discípulos, quienes, para no pensar en los acontecimientos vividos con la muerte y resurrección de Jesús, trataron de cerrarse en sí mismos. En vano. Porque se vieron obligados a ceder ante ese acontecimiento que les había sido anunciado y que estaba sucediendo día tras día ante sus ojos. Por eso, también nosotros hoy – afirmó el cardenal Pizzaballa en el mensaje con el que introdujo los Misterios Dolorosos del Rosario – “tentados de dejarnos vencer” por la desesperación, estamos llamados en cambio a recuperarnos, a “confiar en el Señor y en su palabra”, porque esto significa seguirlo. Es cierto, admitió el cardenal, “con la muerte de nuestro amado Santo Padre Francisco también nosotros experimentamos la dificultad de creer” y tendemos a borrar la promesa que Cristo nos hizo. Para vencer el miedo y el peligro del vacío, entonces, «queremos pedir a María Santísima, Salus Populi Romani, que nos ayude a levantar el corazón y a transformar esta hora de dolor en un amanecer de esperanza». Precisamente a esa esperanza ha querido el Papa Francisco dedicar el presente Año Santo. Por esto: “Consolador de los afligidos, intercede por nosotros”, concluyó Pizzaballa su exhortación antes del rezo del rosario.
Jóvenes en peregrinación desde América Latina
El aliento de ese renovado sentimiento de confianza invocado por el patriarca, unido a la brisa primaveral que estos días sopla por las calles y callejones de la Ciudad Eterna, ha calentado los ánimos de una plaza conmovida y casi en su totalidad repleta. Un colorido grupo de niños y niñas latinoamericanos, de Bolivia, Venezuela, Colombia, llenaron la espera cantando y bailando, mientras a su alrededor las sirenas, las voces de los transeúntes y el tráfico metropolitano no daban tregua. Llevando sobre sus hombros la bolsa verde del Jubileo, ondeaban una gran bandera con el rostro de Carlo Acutis, cuya canonización, prevista para el 27 de abril, ha sido aplazada. “Vinimos por él –dicen–, pero decidimos quedarnos igualmente, con el pensamiento puesto en el Santo Padre”.
Unidos en oración por el Papa Francisco
Otros se reunieron en oración personal: algunos por un familiar enfermo, algunos por su propia familia, algunos por la paz, algunos por los niños que sufren, algunos por su propia patria, algunos para poder tener una luz. Todos unidos en el recuerdo de “su” Papa, que los encontró durante 12 años en todos los rincones de la tierra, y que ahora los ha reunido en Roma, ante la imagen de “su” Virgen, de la que era muy devoto, para el último abrazo. Antes de dejarlos ir y enviarlos de nuevo al mundo, para dar testimonio del “hecho nuevo” celebrado con la Pascua.
El rezo del rosario concluyó con el canto de la “Salve Regina”, las Letanías Lauretanas, la oración de encomienda a la Madre de Dios y el “Regina Coeli”.