César Cano Basaldúa
- Es la avidez (que puede incluir cualquier aspecto humano, es decir: toda la cultura) y el deseo de expresarla aquello capaz de mover al ensayista.
Es materia que se aprende mientras se existe y no algo inherente a la escuela. En el mejor de los casos, es en las aulas donde se cobra conciencia de tal apetencia y pueden movilizarse recursos pertinentes para articularla. Pero con o sin escuela, con o sin permiso, un ensayista la emprenderá contra aquel objeto, forma de la realidad o persona que le represente un estímulo suficiente. Se percibe provocado en buen o mal sentido y reacciona con atenta observación sobre cualquier componente del mu
ndo humano, quiere saber su secreto, compartirlo a otros en espera de incitar su inclinación y simpatía o su aversión y alejamiento. Ejerce la imaginación que le han dado y la que se ha procurado él mismo y no trata de reducir sino de proponer. A diferencia de quienes consideran que pensar es una profesión, el ensayista estima a nadie le está vedado reflexionar aunque no revise de manera extensa y minuciosa todos lo escrito sobre el asunto de sus afanes (algo ligeramente imposible) y observa antes lo propuesto que a quien propone, rechaza las recetas (una acepta
da hasta por ensayistas feroces es la de afirmar que leer o escribir son nobles actividades cuando hay quienes leen buenos textos estúpidamente o quienes cultivan óptimas lecturas de textos bastante dudosos, igual que quienes garrapatean inútilmente –pero con tenacidad y esmero– al menos una cuartilla diaria y quienes redactan unas pocas, ocasionales y luminosas páginas) y, por eso mismo, no elude transformar sus especulaciones conforme ajusta y mejora sus instrumentos de reflexión, mientras explora y conoce las vastas geografías del mundo exterior y el vértigo secreto que lo habita. Un ensayista puede creerse obligado a rebatir a Heráclito, aun cuando eso sea una batalla muy solitaria, cuando dice que “el más bello universo es sólo un montón de desperdicios reunidos al azar” (porque eso recusa su afecto por la música y todo el placer y la comprensión que ella le ha proporcionado), lo mismo que salir al paso de quienes venden la idea de que ante la incontrolable, creciente y muy amenazante violencia del narcotráfico, es mejor dejar a los partidos y a quienes ejercen el poder decidir sobre cómo tripular este Titanic que es México sin consultar a los latosos ciudadanos que, finalmente, sólo tienen su voto eventual pero están faltos de prosapia, buenas relaciones, dinero, belleza o alguna otra forma de poder pues posiblemente sean proles –como hizo saber con oportunidad a todos una joven cuya más alta estatura será la del tamaño de su disparate. Un ensayista, entonces y en resumen, es un batallador del pensamiento, un usuario de la imaginación y la fantasía, que aspira a utilizar todo su ser, y no sólo su intelecto, en la tarea de examinar para esclarecer. Su lema podría ser el apotegma de Jorge Cuesta (uno de nuestros extraordinarios ensayistas): comprender para aceptar, no aceptar sin comprender.