El pleito era por la terrible pregunta: ¿quién iba a cerrar la puerta principal? No se trataba de una cuestión para tomarse a risa. Estos asuntos se vuelven problemas realmente serios en la vida doméstica. Quién cierra la puerta hoy, quién apaga las luces del jardín esta noche, quién saca al perro… Se trata de enfrentamientos que pueden llegar a suponer un divorcio.
Los ánimos se caldeaban y la mujer decidió: «Siempre soy yo la que acaba aceptando la derrota, pues hoy no pienso ceder». El marido también estaba igualmente determinado: «Siempre está manejándome. No pienso rendirme, pase lo que pase». Era una de esas grandes disputas. No todos los hogares tienen un sistema para resolver estos problemas.
Cuando en esta familia vivían una situación crítica, marido y mujer permanecían sentados en silencio: el que hablara primero tendría que ir a cerrar la puerta. Así pues, ambos se sentaron guardando un silencio sepulcral. Los minutos se volvieron horas.
La cena estaba en la mesa. Si el marido hubiera dicho que quería comer, le habría tocado a él ir a cerrar la puerta, o si la mujer hubiera propuesto que cenaran, habría sido ella la encargada de cerrarla.
Llegó la medianoche y seguían sentados sin decir ni media palabra. A todo esto, pasaron por la calle una pandilla de granujas que se extrañaron al ver que, aunque la puerta estaba abierta y las luces encendidas, no estaba celebrándose ninguna fiesta. Todo estaba en silencio. Dado que sentían curiosidad por saber qué estaba sucediendo, echaron un vistazo a la sala de estar.
Allí vieron a dos personas en completo silencio. Los pícaros visitantes miraron a la silenciosa pareja un poco sorprendidos y decidieron intentarlo. Así pues, se apropiaron de un par de objetos de valor mientras la pareja se mantenía en silencio.
Los trúhanes estaban divirtiéndose; envalentonados, se sentaron a la mesa y cenaron. La pareja permaneció en un silencio heroico. Los ladronzuelos estaban cada vez más contentos. ¿Qué demonios estaba pasando? Se volvieron más atrevidos. Uno de ellos besó a la mujer. Con todo, la pareja no emitió sonido alguno: el primero que hablara tendría que cerrar la puerta.
Era mucho lo que estaba en juego, ninguno de los dos podía arriesgarse. Los rufianes empezaron a asustarse un poco y decidieron dejar aquella extraña vivienda. Pero querían dejar su marca antes de partir y decidieron afeitarle el bigote al marido. Uno de ellos se acercó a él con la navaja en la mano. El hombre ya no pudo más y habló finalmente: -iVale! iMaldita sea! iCierro yo la puerta!
Tal vez los escenarios sean diferentes, ¿pero acaso no se producen situaciones en tu vida que giran sobre la cuestión de quién es responsable?
Página 64 del libro Ingeniería interior, Sadhguru