Pedro Marín Zárate (escritor y recopilador de material del libro Batiburrillo
Si escarbamos un poco el pasado encontraremos que en los pueblos nuestros ancestros tenían muy en alto el valor de la palabra. La palabra era sagrada. Los compromisos se hacían de palabra y se cumplían. El concepto en el que la tenían, era parte de su cosmovisión.
Cada vez es más difícil encontrar personas que empeñen su palabra y la cumplan. Tanto se ha devaluado, que ahora la encontramos más asociada a la mentira que a la verdad. Es más fácil encontrar valores en la palabra de personas que viven en comunidades o sociedades colectivas que en la población absorbida por la sociedad de consumo. En el primer caso, la palabra está ligada al concepto de verdad y en el segundo, a la falsedad, asociado al consumismo, ligado al dinero, a la pérdida de valores y tradiciones y nos arrastra al desarrollo individual, el apego al mundo material, a satisfacer necesidades creadas exprofeso. Al fraccionar el pensamiento y no tener una visión de conjunto, una visión del todo, se atropellan individualidades y colectivos, pasando incluso sobre la vida misma.
La otra cara es lo colectivo, la sociedad, el grupo, la organización comunitaria, donde la gente se reúne, discute, propone y toma decisiones. Individualismo y colectividad, son términos antagónicos y excluyentes.
La oralidad se está empobreciendo. Cada día se reduce el número de palabras para comunicarse, por lo tanto, la capacidad de hablar se empobrece. Encontramos que un solo término o palabra se utiliza para referirse a muchas cosas y situaciones.
Si bien es cierto que se acuñan nuevas palabras, es en detrimento de otras que se dejan de usar. Este fenómeno se presenta en los estratos bajos de la sociedad.
En el lumpen se acuñan términos que después encontramos incluso en las academias.
No hay que olvidar que el lenguaje es un fenómeno dinámico, está en constante movimiento, se transforma cada día, aparecen y desaparecen términos que la sociedad, los adopta, los usa y luego se reconocen y forman parte del acervo del idioma.
Los cultores de la palabra campesina son los poetas, trovadores, los músicos, los cantores de temas profanos y religiosos. Pero son también los hombres y mujeres del pueblo que les gusta parlar, contar chistes, chascarrillos, son albureros, hablan con doble sentido, les gusta aprender y enseñar, cuentan cuentos y también los inventan. Gracias a ellos la tradición persiste y resiste.
Yo cultivo la palabra:
que expresa mis pensamientos
y va por los cuatro vientos
en busca de puerta que abra.
Es la herramienta que labra
los quehaceres del ayer,
son los frutos del saber
guardados en la experiencia
que calan en la conciencia
y en lo profundo del ser. P.M.Z.