Pedro Marín Zárate (escritor y recopilador de material del libro Batiburrillo
El mechón de pelo chino que guarnecía la frente de Damián, ya es un copo de nieve. Su pulso ya no es tan firme. Sentado a la sombra del mezquite del corral, recordando la vez que le pretalaron la mula bruta que bajó del cerro con las yeguas, al montarla y salió reparando, recuerda la sensación de andar en el aire al vaivén de las sacudidas de la mula. Cuando ésta se cansa, queda parada y temblando, él se apea y camina con garbo al compás del tintineo de las espuelas, con una sonrisa de satisfacción.
Las cosas cambian, desaparecen, unas primero, otras después. En La Laguna una generación se ha ido. Otra sigue sus pasos, ahí van Gorgonio, Damián y Geño. Quedan hijos y nietos a renovar el ciclo.
Una noche oscura con tormentas de rayos y truenos y en el cielo a punto de reventar chubascos. Los perros no han dejado de ladrar. Geño está en su lecho de muerte. De pronto escucha ruidos.
No es el aire.
Se abre la puerta, unos pasos cada vez más cerca. La luz de un relámpago deja ver la silueta del hombre que se dirige a su cama.
Su mente recorre el pasado, el arroyo, la cueva. El morral que pesaba tanto, la palma, la peña y demás señales que él desapareció.
Cuando vuelve al presente, está tirado en el suelo, con dificultad trepa a la cama. Las últimas monedas que aún guardaba, atadas en el paliacate rojo, han desaparecido, el ladrón también