- De inocente niñez rural, abrazada por el cariño de su abuela paterna, doña Chole, no recuerda hambres ni penurias, aunque la escases de dinero era notable, “siempre hubo bastante que comer”.
- Después de varios años de haber sostenido una pequeña fonda, en el crucero de Jalpan, María Soledad Velázquez Ibarra, doña Chole cierra el negocio que le había dado para comer y sacar adelante a sus hijos, e inicia uno nuevo negocio de comida en un terreno rustico sobre carretera.
- La fonda de doña Chole, a poco más de una década de su apertura, muestra el reflejo de una persona tenaz, persistente y sobre todo de gran amor a la vida. En su fonda, no sólo se disfruta la gastronomía típica de la región, sino también, su bello, aromático y colorido vergel particular.
Saldiveña, Jalpan de Serra, Qro. Con tal de que su mamá ya no tuviera que trabajar, pese a la insistencia de ella, luego de muchos años de haber “trabajado como burro” para sacar adelante a sus seis hijos, ellos, los hijos de doña Chole, le negaron, aparentemente el apoyo para “arrancar” de nuevo otro negocito.
Hace poco más de una década, en días de la Semana Mayor, o sea en Semana Santa, bajo una pequeña techumbre, con el único “equipo de trabajo” consistente en un tambo de fierro, transformado en comal y estufa, y una muy modesta ración de tres o cuatro vasijas de barro con guisos diferentes de la región, Doña Chole y su ayudante para hacer tortilla -la Güera- de Saldiveña (hoy felizmente viviendo en el otro lado), comenzó una nueva empresa. La respuesta de la gente fue muy positiva y de forma inmediata. “Mucha gente ya me conocía”, dice.
Resulta que, sin el apoyo inicial de todos sus hijos, porque bien lo pudieron haber hecho, doña Chole comenzó a levantar el negocio sólo con la ayuda de su inseparable y leal “amiguísima del alma”, la Panchita y de un peón. Ella sola, con Panchita y un peón, “en chinga nos pusimos limpiaron el terreno lleno de vegetación silvestre, tierra y piedras y levantamos una pequeñita y medio mal echa techumbre”, recuerda.
“Mis hijos ya no querían que yo trabajara, por eso no me apoyaron de a luego, pero cuando vieron que era en serio mi empeño de volver a tener mi fondita, todos jalaron conmigo”, precisa con alegría y satisfacción maternal.
Debido a que con el tiempo, la ubicación de su anterior fonda, frente a lo que ahora es la Mega Bandera, en el crucero a Arroyo Seco, fue afectada por numerosas construcciones, que fueron impidiendo que su clientela tuviera más accesibilidad para estacionarse, por ejemplo, tuvo finalmente que cerrar.
Después de varios años de haberse sostenido de su pequeña fonda, en el crucero de Jalpan, María Soledad Velázquez Ibarra , doña Chole, con toda la pena del mundo, cierra el negocio que le había dado para comer y sacar adelante a sus seis hijos. De este modesto negocio, si bien no hizo dinero para guardar, le brindó la oportunidad de darles escuela a sus hijos, al menos a los que quisieron estudiar y sacarlos adelante. Pero al tiempo inicia uno nuevo negocio de comida, esta vez en un terreno rustico sobre carretera, allá por Saldiveña.
Hoy, la fonda de doña Chole, integrada a la propuesta del Grupo Ecológico Sierra Gorda en el proyecto “Ruta del Sabor”, a poco más de una década de su apertura, muestra el resultado de una persona tenaz, persistente y sobre todo de gran amor a la vida. En su fonda, no sólo se disfruta la gastronomía típica de la región, sino también se percibe un aromático y colorido vergel particular. La fonda de doña Choles, es en sí, un esfuerzo típico de la gente del medio rural, que fiel y orgullosa de sus costumbres de comida sencilla ofrece su servicio, y además también con pasión y curia cultiva muchísimas plantas y flores como un pasatiempo que le da vida y alegría a su existencia como persona, amiga, madre de familia.
Cabe destacar que de inocente niñez rural, abrazada por el cariño de su abuela paterna, de doña Escolástica, de quién aprendió infinidad de remedios caseros y un amplio recetario de comida rural, María Soledad Velázquez Ibarra, doña Chole, no recuerda hambres ni penurias, aunque la escases de dinero era notable, “siempre hubo bastante que comer”. Había, – señala con un amplia sonrisa -, quelites, calabacitas, ejotes, frijol, elote, chayote, huevo de patio, queso, leche de vaca, puerco, piloncillo, verdolagas, pemoches, así como mandarina, sidra, naranja, higo, plátano, guayaba, aguacate, limón, toronja, zanahoria, capulín y guamúchil, entre otras cosas para comer. Para ella, el amor y protección que le brindo su abuela Escolástica (chaparrita, morena y de facciones finitas) es y será siempre un grato recuerdo amoroso y sobre todo de enseñanza en su infancia serrana. Qepd (Vmsb)