XX Domingo Ordinario Ciclo B Jn 6, 51-58
Por Obispo Faustino Armendáriz Jiménez
Los domingos anteriores hemos escuchado que Jesús se presenta como el Pan que ha bajado del Cielo, es decir, Jesús es el alimento para el mundo. Esta es la explicación última del milagro de la multiplicación de los panes. Jesús no ha venido a dar cosas sino a darse Él mismo, al hacer de su propia vida alimento disponible para los demás.
Es interesante notar que en el pasaje de este domingo, el alimento, pasa de la figura del pan al de la carne y la sangre, con ello hace conexión con el tema del Cordero Pascual, “El pan que yo les voy a dar es mi carne”.
La antigua simbología del cordero pascual queda integrada en la persona de Jesús. La carne del cordero fue utilizada en la antigüedad como alimento para dar fuerza al pueblo y así salir de la esclavitud de Egipto; la sangre del cordero había servido de signo para evitar el exterminio.
En el nuevo éxodo realizado por Jesús, la figura del cordero queda realizada y superada: la carne de Jesús es alimento, pero permanente; su sangre no sólo libera momentáneamente de la muerte, sino como su carne, da vida definitiva. Pero ¿Cómo se da esta vida? ¿En qué consiste? La respuesta a estas dos preguntas se responde con la siguiente afirmación:
Yo les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida eterna, es decir, no puede recibir el don que Dios manda del cielo si no se asimila la persona de Jesús, el alimento que se consume, mediante el proceso de nutrición se asimila en nuestros cuerpos y pasa a ser parte de nosotros, así también, cada cristiano debe aceptar a Jesús, adherirse a Él, ‘comer’ su cuerpo y ‘bebe’ su sangre equivale a asimilar el mensaje y la obra de Jesús.
Si Jesús ha sido enviado como don para el mundo, Él debe ser sacrificado ofreciendo la su vida por la salvación de los hombres; del mismo modo cada discípulo de Jesús imitando a su maestro, asimilando la obra del enviado del Padre, debe considerarse ‘pan’ que hay que repartir, ha de renunciar a poseerse, haciendo vida la enseñanza de Jesús, dar la vida por amor, así es cómo se obtiene la plena libertad y la vida eterna. Hacer que la propia vida sea alimento disponible para los demás, como la de Jesús, es la ley de la nueva comunidad humana. La vida eterna no se producirá por una intervención milagrosa de Dios. Sino que, así como se ha manifestado Jesús entregando la vida por sus hermanos así debe de seguir manifestándose por medio de los discípulos.
Si el hombre de hoy busca plenitud y vida, no tiene otra opción, no existe otro camino, que comer, asimilar e imitar el camino de Jesús, solo aquel que logra convertirse en don para los demás, puede experimentar la plenitud que brota de la gratuidad. Porque hay más alegría en dar que en recibir. Ésta es la enseñanza para los faltos de juicio (primera lectura), éste es el banquete que ha preparado la Sabiduría.
El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Hoy Muchos hermanos caen en este riesgo y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
La invitación que el libro de los Proverbios lanza en la primera lectura: “Venga a comer mi pan y a beber del vino que he preparado, dejen su ignorancia y vivirán”, debe ser entendida a la luz del Evangelio, pues sólo quién logra comer el mensaje del Evangelio, es decir sólo aquellos que logran asimilar el misterio de la Cruz de Jesús y su obra redentora, pueden verse librados del egoísmo y la tristeza y de este modo alcanzar la vida eterna.
Nosotros que cada domingo nos acercamos al alimento Eucarístico beberíamos preguntarnos que si vamos asimilando el mensaje Evangélico en nuestras vidas. ¿Cuáles serán los criterios que motivan nuestra existencia? ¿realmente somos un don disponible para los demás?