Como es el primer día en prisión (*)
Todo intelectual que se ha permitido algún acercamiento con el ejercicio del poder, sabe que el estado posee el monopolio de la fuerza que organiza la violencia, y traducido lo anterior al tema que nos ocupa podemos decir que en la practica tal ejercicio se traduce en dominación, en el control total del cuerpo.
Esta situación – la del control total del cuerpo – se materializa de modo eficaz cuando el estado comparece ante ti bajo el supuesto de que en tu contra existe cierto reproche, en virtud de que se presume que has infringido una norma jurídica. Desde ese momento, cuando un grupo de hombres uniformados se te acerca y se presenta, tu, de modo inconsciente, sabes que ya no te perteneces, y ellos así lo entienden. Te esposan las manos, te suben a un auto, te ordenan sentarte, como sentarte, donde sentarte… te dicen que hacer y qué no hacer.
Durante el trayecto tus eres solo un paquete – incluso algunas corporaciones así te llaman – que logras existir solo cuando se te nombra. Si el recorrido es pequeño, pronto estarás frente a una puerta gigante que se abre con un rechinido que interpretado en sincronía con tu estado interior percibirás como un lamento.
El policía se limita a bajar del auto; a intercambiar algunos papeles; unas cuantas palabras, con el custodio mientras te entrega. Se cierra la puerta gigante y el carcelero te pide todas tus pertenencias, las pone sobre una mesa y ahí se quedan.
Avanzas por caminos flanqueados de muros y rejas, atraviesas rejas y puertas que se abren a tu paso como por arte de magia, y al final te detienes frente a una puerta que también se abre y entras en una celda, generalmente, sucia, húmeda y desprovista de todo utensilio, y que como únicos muebles cuenta con una cama de cemento y un inodoro mugriento.
Observas a tu alrededor y lo único que vez es suciedad y basura, te recuestas sobre la cama mientras te convences de que tendrás que pasar ahí la noche.
Tu cabeza es un torbellino de imágenes, de pensamientos e ideas sin control ni rumbo, el tiempo deja de tener sentido y no eres consciente de en qué momento te quedas dormido. Piensas que apenas cerraste los ojos cuando te despiertan unos fuertes gritos, te levantas de un salto, observas a través de la reja y miras a un hombre uniformado que avanza abriendo las puertas; abre la tuya; sales de la celda y avanzas hasta un patio.es el pase de lista. Hay muchas caras nuevas; miras a tu alrededor y en ese momento sabes que aquello apenas comienza.
(*)Damos la bienvenida a Mario Hernández como nuevo colaborador del periódico MENSAJERO DE LA SIERRA GORDA, quién narrara cuestiones de muy escasa difusión pública sobre temas relacionados con el ambiente penitenciario. Sin prejuicios ni limitaciones, daremos luz al pensamiento, vivencias y sueños de alguien que, por circunstancias de la vida tuvo que saber y conocer las entrañas del diario acontecer dentro de un centro de readaptación social. Bienvenido.