Fragmentos II, de una plática con Carmen Quinto, en su casa de San José de las Flores, con su esposa y su hija Tomasa, sale el siguiente relato:
Yo no creía que iba a sufrir y cuando murió, le dije a mi hermano mayor:
–Hermano ¿qué vamos a hacer con la caja y la mortaja de mi papá? –le hice la pregunta dos veces y la misma respuesta:
–No tengo dinero.
A mi edad, yo no sabía qué hacer.
Había un señor llamado Baldomero Cabrera, con él yo sacaba fiado y le iba pagando.
Como a la una o dos de la mañana le dije a mi hermano:
–Dale de comer a dos personas y vete con ellas, dile a don Baldomero que me mande la caja y la mortaja para mi padre –ni modo de mandarle recado, no sé. Le mandé decir vocalmente.
El señor mandó la caja y la mortaja.
Después que lo enterré, yo andaba chiflando. Como si nada, tomé el ramo de vaquero, siempre lo había hecho, no me había dado cuenta que me hacía falta mi padre y cuando se fue mi madre, también me di cuenta que me hacía falta. Ella apenas me duré tres meses. Salió como me dijo mi padre.
Mi padre se llamaba Martín Quinto y mi madre, Natalia González.
Un 20 de julio, del año no me acuerdo. Estaba mi hermano haciendo una maleta y tenía un güíngaro. Yo también iba con mi maleta y dice:
–¿Pa’ dónde vas?
–Voy a recogerme con mi patrón.
–No tú no te vas, el que se va soy yo –como él era el más grande, él se fue. Me dijo:
–Los pocos animalitos que hay, a ver qué haces con ellos, tú sabes –y agarró camino. Si hubiera tenido una edad como la que tengo, me habría vuelto loco.