Pedro Marín Zárate (escritor y recopilador de material del libro Batiburrillo)
Por pláticas de la gente longeva de la época, entre ellas mi abuela, se decía que después del primer dueño, un tal Pedro, hombre de Pilar Marín murió de espanto. Dejó una gran fortuna en animales y dinero, capital que pasó a administrar el vaquero de nombre Valente quien se juntó con la viuda y patrona. Esta pareja no tuvo descendencia.
Un hermano de Pilar de nombre Trinidad, que tampoco dejó herederos, fue otro dueño de La Clarinera, fue al que lo siguió el perro lanudo hasta el arroyo del travesaño, donde dejó los dos morrales, con monedas escondidos en la tinaja de una roca. No lejos lo encontró la brigada de búsqueda que siguió a la perra que lo acompañaba. Ésta fue hasta La Laguna por comida después de tres días de la desaparición del amo y regresó sobre sus pasos hasta donde estaba sentado en el tronco de un encino, con el rostro desfigurado y desfallecido. También murió de espanto.
El papá de Trinidad y Pilar, de nombre Reyes, tal vez el primero que sacó dinero, también murió de espanto.
El espanto es un fenómeno que cae en el terreno de lo paranormal, lo rodea un manto de misterio, de incertidumbre, de duda, de temor.Se apodera de nuestro inconsciente, nos traiciona, nos hace arrepentirnos,renegar de nuestros principios.
El espanto es hermano carnal de la muerte, ayuda a ésta en su quehacer, ablanda al más bragado y postra al más picudo.
En todas estas muertes por espanto, no se menciona otra posibilidad como el envenenamiento por gases de metales (oro y plata), como en el caso que nos ocupa.
Las distintas versiones sobre la existencia o no de La Clarinera que han narrado personas o que sobre el particular han tenido alguna experiencia al tratar de encontrarla, o que también les fueron narradas, muchas ya fallecidas, nos han proporcionado el material con el que hemos armado este relato.