Pedro Marín Zárate (escritor y recopilador de material del libro Batiburrillo)
Otro breve relato del tema de espantos que no fueron tales, le sucedió a mi hermano Lalo.
Estudiaba en el CCH en la ciudad de México y en unas vacaciones invita a un compañero, Miguel Martínez.
Les entra el gusanito y organizan la expedición.
Ya en el lugar, escuchan bramar de un chivito cerca de donde ellos se encontraban, sin ubicar el lugar preciso.
Intercambiaron miradas, Lalo dice a Miguel: vámonos.
Emprendieron el camino sobre sus pasos. Ya en la mesa y fuera del alcance de todo maleficio, se preguntan, ¿qué oíste?, la misma respuesta: el bramido de un chivito.
Los espantos son proporcionales al tamaño de las personas. Jóvenes, saliendo de la adolescencia. No es necesario que los espante un cabrón de cuernos retorcidos, tampoco un perro negro lanudo, con los ojos encendidos y echando espuma por el hocico, el Cancerbero de la cueva.
Fue un cabrito sin destetar (mamón) de esos con los que los niños juegan y los toman de mascotas.