Diana Rubio Garay
Y yo te quiero decir una cosa, solamente una cosa Jesús…ya lo pensé. Yo sé que ayer no te dije nada, pero todavía se vale porque yo también pienso. Eran las diez de la mañana y los treinta y tantos pasajeros del microbús seguramente abrieron el ojo como yo ante esa voz un tanto chillona y demandante. ¿Qué querría decirle esa mujer al hombre que manejaba? Ya me había percatado de la fémina porque hablaba mucho y no obtenía respuesta, llegué a pesar que traía audífonos y estaba platicando por teléfono, como muchos, pero no. Entonces la observé y me di cuenta que dirigía su mirada hacia el chofer pero él no contestaba ni opinaba nada. Debe ser su amiga o conocida, pensé al principio, pero después oí que le platicó unos enredos familiares y después de trabajos. Que en la fábrica tal pagaba tanto, que en un laboratorio sí daban buenas utilidades y en el restaurant campestre hasta doce mil con sus propinas y todas sus comidas y todavía daban para llevar. A falta de convivencia en casa o para hacerle menos largo el trayecto al chofer, la mujer que estaba sentada en una cubeta de plástico en un extremo del pasillo derecho, y que hasta entonces oíamos sin hacerle mucho caso, era nada menos que la mujer del chofer y estaba a punto de confesarle algo importante.
Y como te digo Jesús, ya las cosas tienen que cambiar. El día de tu descanso no quiero hacer lo que tú dices, imagínate cuánto gasto. En la mañana son tres camiones para dejar a los chamacos en sus escuelas, veintiún pesos. Siete pesos más para regresarme a la casa. Luego al ratito otros siete pesos para recoger al niño del kínder. De ahí caminando a la primaria por las cuatas y ya todos juntos otra vez tres pasajes para regresar a la casa. Y cuando hay juntas también es estar pague y pague más. Ya pensé que me voy a estar afuera de la escuela o voy a dar vueltas en el parque, por último me voy para el templo, la cosa no es andar para allá y para acá a lo tonto y gaste y gaste. De todas maneras en la casa no hago nada, no rinde el tiempo y con la entrada del Chino al kínder, menos. Y luego otra cosa Jesús: faltan los útiles de las cuatas, no tienen nada completo, les falta el diccionario bilingüe y la maestra lo quiere grande y grueso, de esos que sí sirven, que de Norma. ¿Tú los conoces Jesús? Urge para mañana el cuaderno de forma italiana, y el de doble raya y los colores de 24 lápices, cada quien todo su juego completo de útiles, no porque son cuatas y se sienten juntas se pueden compartir, así dijo la maestra y ya ves que si uno no cumple luego, luego se agarran de ahí. Y al Chino le falta las crayolas y las plastilinas y el litro de resistol, ¡ah y también las acuarelas y un paquete de papel sanitario y las tijeras Barrilito! la maestra no quiere de otras. Y de los chamacos grandes… ya ves como son en la secundaria, los quieren bien uniformados, con el chaleco y aparte el suéter, y todo bien bordado con su nombre, año escolar y nombre de la escuela. ¡Zaira, Zaira! ¿Qué fue lo que te pidió el maestro de música? Y entre los pasajeros del minibús, en primera fila, una estudiante estiró los largos pies y se destapó la cara, hizo gestos y se volvió a tapar, tal vez no dormía pero le daba vergüenza escuchar a su mamá y por eso iba tapada de la cara. ¿No tuvo clases? ¿Iba en el turno de la tarde o la regresaron por no llevar el uniforme completo? Mira Jesús, dijo el maestro de deportes que urge el pants y deben llevar mochila nueva y grande, que esas mochilas del año pasado son muy pequeñas y por eso pierden las cosas porque luego no cabe todo. Ahora también exigen el libro de Geografía del estado, ese se compra y lo venden en la escuela, también el escudo de la escuela ahí lo vende la directora. Y mira Jesús, ya estos chamacos comen mucho, anoche dejé la carne cocida y cuando salí de bañarme ya no había nada, así que ahora llevaron lonches de puros frijoles, el pan Bimbo se acabó también y ya queda bien poquita mayonesa. Dicen los muchachos que ya no quieren lonches de jamón, que el jamón ni es carne y la maestra de Naturales les dijo que deben comer más sano. Y…
Y yo llegué a mi parada, toqué el timbre y lamenté tener que bajarme, aquello apenas se estaba poniendo bueno. Admiré la paciencia del hombre frente al volante. Al igual que la mujer, recordé las grandes listas y exigencias de los maestros y de las escuelas, que año con año también recibí. Kilométricas y a veces inútiles listas que producen pesadillas y quitan el sueño a miles de padres de familia.