XXXVI Festival de Huapango Arribeño y de la Cultura de la Sierra Gorda ¡Que la fiesta nos traiga razones para vivir!

Por: Juan Pablo Guerrero. (Retomado de Consideraciones)

Comenzó en 1983 como un evento para reconocer a los poetas viejos, entre los que destacaron Antonio Escalante, Tranquilino Méndez, Román Gómez, Tomás Aguilar y Zeferino Juárez, entre otros.

“El festival se empieza a hacer hace 32 años, empieza con un carácter de homenaje a los viejos huapangueros de la región que en aquel tiempo todavía vivían bastantes de los que ya estaban avanzados en edad; y se trataba pues de eso, de que públicamente se les rindiera homenaje a personajes de la música o de la poesía que habían dedicado su vida a la tradición y que estaban cerrando su ciclo, pues realmente no en todos los casos, de la manera como sería deseable que un músico que le dedica su vida a una tradición, la terminara”, explicó Guillermo Velázquez.

Treinta y dos ediciones es algo que se dice fácil, pero cada una de ellas representó grandes retos para el comité comunitario que lo organiza, el cual está formado por profesionistas, músicos, comerciantes, maestros, los Leones de la Sierra de Xichú y demás interesados.

“En particular este festival ha tenido la dificultad de que a partir de 1996 es completamente independiente, autogestivo, que depende del trabajo voluntario, de un comité, y de muchas personas que se suman y pues eso de suyo ya es una adversidad, pero también es lo que más satisfacción da: poder hacer algo que cuesta trabajo hacer pero que se logra gracias a la suma de voluntades y de generosidades”.

El trovador indicó también que para la realización del evento no se busca depender del apoyo presupuestal o logístico de las instituciones de cultura, aunque no lo negarían. “En general nuestro criterio es hacer las cosas con base en el trabajo voluntario, no depender en ninguna manera de los recursos públicos o institucionales, no se desdeñan, pero no se buscan sino en algunos momentos”.

La Topada

Los poetas están listos. Uno enfrente del otro. Cada uno de ellos tiene a su lado a sus violinistas y jaraneros. El versador es el que también se encarga de ejecutar la guitarra huapanguera.

Los versos comienzan por la noche del 31 de diciembre y no se deja de rimar hasta más allá de las 11 de la mañana del primero de enero. El año nuevo, en Xichú, siempre amanece con música y poesía.

Las gentes colman la plaza principal y las calles xichulenses. Vienen de todas las comunidades cercanas o municipios limítrofes, entre los que se encuentran San Luis de la Paz, Atarjea, Doctor Mora o San José Iturbide.

Pero también vienen de mucho más lejos: de Celaya, León, Querétaro, el Distrito Federal. Migrantes de diversas ciudades de Estados Unidos también llegan a zapatear al ritmo del son arribeño.

Casi todos con sombrero. Las muchachas y las niñas, los muchachos y los niños, con pantalón de mezclilla ajustado y camisa a cuadros. Las hebillas son grandes, algunas de las botas son picudas. Otros traen huaraches y morral.

Se bebe, con tolerancia de la autoridad pero sin presunción o agresividad. Se comen, muy bien, las delicias de la sierra. Enchiladas, gorditas, tacos, cecina. La fiesta se exacerba en todos los aspectos.

Para bailar, en Xichú nadie se hace del rogar. Tampoco se puede. El ritmo de la música incita a mover los pies. Los versos también invitan. Poeta contra poeta, la gente en medio aplaude y ve cómo poco a poco se va formando la décima, cómo se hablan uno de otro mediante la improvisación. Esto pasa toda la noche y parte de la mañana. No dudes en encontrar una razón para vivir y ven a gozar de la poesía y la montaña, sumérgete en su Facebook: Festival del Huapango Arribeño y de la Cultura de la Sierra Gorda, Xichú y acompáñanos a zapatear el año que se va y por el que viene

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