La roca de Sísifo OCTAVA DEL ENSAYO (3 de 7)

César Cano Basaldúa

  1. Es un lugar común afirmar se precisa cursar estudios formales para adquirir las herramientas mínimas necesarias útiles para escribir ensayo. Desde luego, no es fuerza poseer una licenciatura en letras o humanidades pues egresados hay que no tienen interés en escribir ensayos (aunque lo pudieran hacer), que no aprendieron a escribirlos (y por eso no los escriben) o que los escriben pésimos (y tal vez ya no aprendan cómo hacerlos no obstante su persistencia). Existen quienes estudiaron ingeniería, economía u otras licenciaturas en apariencia poco relacionadas con el perímetro de la lengua y, con todo, elaboran estimables ensayos y a veces los publican. Son buenos ensayistas quizá no tanto por sus credenciales académicas sino por el espíritu que los anima. Me explico. Si bien la escuela es promesa de estudio sistemático, en ella la idea circulante del ensayo suele asociar su escritura a requerimientos académicos nacidos de las políticas educativas que, la mayor parte del tiempo, responden a cálculos de poder y no a la instrucción capaz de diseñar personas críticas pero abiertas a la riqueza del diálogo y, sobre todo, habilidosas para evitar producir escrituras jalonadas de requisitos que impidan su lectura; discípulos cuyas preocupaciones no sean mostrar su “cultura” e “inteligencia” –es decir: su educación formal– como algo irrebatible (y de ahí que llenen páginas intransitables de citas, referencias, bibliografías, apostillas para elucidar cuestiones secundarias y un largo etcétera que deja al lector fuera del tema tratado), que no incurran en sintaxis supuestamente especializadas (nomenclaturas les dicen), eficaces si de desanimar a la lectura se trata. Los ensayistas de preferencia buscan justo lo contrario: ingresar al lector en el entendimiento del asunto de su interés e incitarlo a la plática sin complicidades, esto es, hablar de la materia sin evitar los disensos ni escatimar las coincidencias si existieran. Para lograrlo se requiere exista claridad en la escritura ensayística, esa cortesía de la que hablaba José Ortega. Ser perspicuo no equivale a ser superficial o cómodo tal como algunos suponen (por el contrario: la claridad es un objeto precioso difícil de conseguir), así como la oscura densidad abstrusa no es sinónimo de profundidad o dominio temático.

 

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